sábado, 11 de febrero de 2012

JAY MANSON

Era una noche oscura, solo se escuchaba el ruido de las olas chocando contra el casco del barco pirata Shadow y el viento ululante. En un camarote que podía describirse como acogedor, Jay Manson dormía, parecía que tenía una pesadilla, no paraba de moverse y a causa de sus movimientos las sábanas estaban desparramadas por el suelo. Jay se despertó y se incorporó de golpe, estaba todo sudado.

Se cercioró de que estaba en su habitación: puerta entreabierta, escritorio de madera con un pergamino a medio escribir a la izquierda de la puerta, la cama pegada a la ventana, un espejo de cuerpo entero, sillas y mesas en medio de la habitación, libros de navegación…, todo parecía en su sitio.

- Solo era un sueño…

Miró por la ventana, faltaba poco para que saliera el sol. Como se había desvelado se duchó, se vistió y se miró en el espejo. Cabello rubio oscuro despeinado cayéndole sobre la frente, ojos verde hierva, cuerpo atlético, piel morena, la camiseta blanca entre abierta de manga larga, pantalones oscuros largos, un fajín rojo, un cinturón de cuero, y en él, la pistola y el sable enganchados.

- Tan arrebatador como siempre capitán- dijo una voz desde la puerta

- ¿Qué esperabas Jane?- dijo Jay mientras Jane le pasaba una hoja. – Así que ha aumentado el precio de mi cabeza, fantástico – dijo orgulloso.

- Te esperamos en el comedor, hoy hay tortitas y como no te des prisa con todas.

Jay suspiró, sabía que Jane tenía razón, sus piratas no le dejarían nada aunque fuera el capitán. Aun así que subió andando con cansancio al comedor, pero llegó tarde, no quedaba ninguna.

- Fantástico, hoy me quedo sin desayunar- farfulló sarcásticamente Jay.

- Te lo dije- canturreó Jane y Jay le dirigió una mirada mortífera – Sabes que eso no funciona con migo

- Capitán, nos hemos quedado sin comida, tendremos que parar en el próximo puerto. – dijo una voz grave y tensa desde la cocina – tendremos que parar en Cembo.

- Mierda – dijo tenso el capitán – Estaré en mis aposentos

Se fue lentamente hacia sus aposentos, mientras decía improperios y varios ¿Por qué a mí? Cerró la puerta con fuerza y se dejó caer en la cama, se quedó mirando el techo, como si fuera lo más interesante. Llamaron a la puerta, entró Roy, el mejor amigo de Jay y el segundo al mando del barco

- ¿Estás bien? – dijo Roy preocupado

- No te preocupes, solo tendré que idear un plan para evitar todas esas ratas callejeras que se hacen llamar marines – dijo el capitán sin mucha convicción.

- De todas maneras no te queda otra – dijo Roy

- Eso, tu anímame – dijo sarcástico Jay

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